El poeta peruano Rodolfo Ybarra escribe en su blog sobre The Death Del Oso, de Zakary Paine:
http://rodolfoybarra.blogspot.com.es/2012/08/zacary-paine-ha-muerto-senores.html
ZACARY PAINE HA MUERTO, SEÑORES
lunes, 13 de agosto de 2012
The Death Del Oso, de Zakary Paine
Viajero empedernido, académico, profesor en la Universidad de Hawai,
rudo jugador de rugby en equipos de tercera, trashumante en los países
árabes, ayudante de vendedor de cachivaches, obrero de construcción
civil en Utah, traductor, seguidor del Abomunismo y ex mormón, Zakary
Paine nos sorprende esta vez anunciando con bombos y platillos su propia
muerte e invitándonos a la exposición de sus restos mortales en formato
libro: The Death Del Oso (Antología poética de un inexistente),
Ediciones Umbrales, 2012, España. Que en paz descanse y que dios guarde.
Asisto a este velorio de textos con mi ramo de gladíolos, a sabiendas
que el horno crematorio de la crítica no podrá acercar sus llamas (ni
sus dientes de sable) a ese poema inmortal que fue (o es) su propia
vida; por eso me basta con leer (con la tristeza del amigo perdido) cada
verso que se desparrama como el agua de una fuente, géiser o pileta
metafísica: y yo me despierto/ de nuevo un amanecer oscuro/ se me
caen todas mis fachadas/ mi alma,/ mi sombra/ no me acompañará hoy/ otra
vez me pongo a escribir the eulogies of my Parents/ ellos sufren de
buena salud// soy yo quien muere.
Pero en este velorio de extraños y conocidos no hay capilla ardiente, ni
café, ni galletitas y nadie viste de luto y no hay plañideras a las
cuales pagar por sus servicios ofrecidos, solo se observan textos
escritos en español por un angloparlante, un descendiente de irlandeses,
alguien que aprendió la lengua Quevedo, Góngora y Argote, y Cervantes
solo para darle uso exclusivo de poema y enervar la felicidad de
Jacobson.
Atrás quedaron todos esos recuerdos de recitales masivos y protestas
cuasisolitarias, como esa vez que se embadurnó de sangre en plena Casa
de la Literatura Peruana para protestar contra la matanza de los pueblos
selváticos y que él, un gringo a fin de cuentas, lo sentía más propio
que cualquiera de nosotros. Atrás quedaron sus peleas y riñas callejeras
para que dejaran entrar a un chinegro, amigo suyo, a una discoteca
miraflorina; o sus defensas y solidaridad a un borracho que deshacía de
dolor porque su esposa lo había abandonado: ¿De quién son los ojos que lloran?/ Ayer lloré/ por los tres mil que me dejaron.
Ahora que Zakary Paine ha “muerto”, me es imposible reprimir mi
nostalgia por esos tiempos cuando caminamos por la bruma de Magdalena en
noches que acababan en la casa de un diplomático de la hermana
república de Argentina. O cuando subía a mi humilde hogar en Baca Flor a
tomar el desayuno o compartir la cena de gala gracias a la invitación
de un pizzero conocido de la farándula limeña (los secretos siempre se
quedaron con la bella e inteligente P. Marijuán). Y lo controversial que
resultaba estar un día en La Parada de Lima mirando cómo licuaban a una
rana para un jugo antitebeciano y al día siguiente estaba compartiendo
con los gerentes de Telefónica porque también jugaban rugby, un deporte
de élite solo para paisitos perdidos en el mapamundi.
Zakary Paine ha muerto, señores, el gran oso blanco sucumbió ante las
predicciones del 2012, los mayas lo sacaron de la agenda finisecular (con
los avances de la ciencia/ algún día seremos capaces de mover
electrons, protons and neutrons/ con estas palabras sobre estas hojas/
una bomba atómica podrá hacer/ then I will have the power to change).
Es hora de escuchar La Pasión según San Mateo de Mendelsshon y de ir al
aeropuerto Jorge Chávez o de aguitar en la sección reclamos donde
insiste en darle su pasaje a otro (porque siempre hay alguien con más
premura de llegar a su destino); quizás si tenemos suerte lo podamos ver
descendiendo por las escaleras eléctricas con su amplia sonrisa y sus
casi dos metros de estatura diciendo “¿Cómo está mi familia de Baca
Flor?, les presento a mi bella esposa”.
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